Saturday, September 8, 2007

El peine del viento

Microparaísos II.

En un acto de total soberbia, alguien imaginó cómo sería someter al viento, darle forma, rasgarlo.

Hace unos días se cumplieron treinta años de que Eduardo Chillida colocara, en lugar estratégico, el peine que le da forma al viento.

El otoño, siempre el otoño. Yo dejaba caer mis ojos al Cantábrico desde el Berria Pasealekua en la punta este de la bahía de La Concha en Donostia-San Sebastián, mientras un hombre junto a mí se empeñaba en secuestrar cangrejos del océano y guardarlos en una cubeta. Ahí empezó el último tramo de un viaje que había emprendido meses atrás para ver cómo es que se peina al viento. Rodeé un pequeño peñón, libré el laberinto de calles del casco viejo y emprendí una caminata al borde de la arena playera que da la figura a la bahía, por el Kontxa Pasealekua. Fue una caminata larga en la que tendía mis ojos hacia el otro extremo de la bahía, el sitio al que quería llegar.

Ya cansado y hambriento, recuerdo que alcancé la recta final. Volteaba a mi derecha y lograba ver mi punto de partida. Imaginé que el secuestrador de cangrejos seguiría en lo suyo. Me senté en algún sitio para recaudar fuerzas y terminar el periplo. Tenía hambre y sed.

Era un mediodía de otoño en que el viento (ese al que sometían ya cerca) entraba frío junto a las olas aunque el sol quemaba casi como en verano.

Llegué hasta una escalinata. La subí y di esos últimos pasos hasta tener el Cantábrico imponente, de nuevo frente a mí, rompiendo a mis pies.

Ahí se erigía el acero, sobre el agua, con una herrumbre pasmosa, haciendo lo propio. Haize Orrazia.

Me senté en el borde. Mis pies caían hacia las rocas y mis ojos se perdían en lontananza y se agazapaban entre los párpados mientras el aire entraba por ahí a la bahía. Un aire ordenado, delineado, con volumen, siempre en su sitio, vamos, un aire peinado.

Por alguno de esos milagros naturales que se dan de vez en cuando, la gente alrededor mío desapareció. Yo saqué de mi mochila un bocata de tortilla y una cocacola, mi comida más sustanciosa de los anteriores dos días y quizá la más sustanciosa de los siguientes dos días. Y ahí me quedé.

Junto con el acero, me dediqué a darle forma al viento, que luego se arremolinaba a mis espaldas, en el fondo de la bahía. La bahía de La Concha, Donostia-San Sebastián, 1998.

2 comments:

T^T° said...

"Corazón blanco de la mar, la luna". Eduardo Chillida

LaMaga said...

OK. Ya lei, eso fue hace nueve años.
Pero si vuelves y no me hablas, de todos modos te mato.
Besos
La Maga