Saturday, September 13, 2008

Hipotenusa metafórica

Un día me pillé hablando con mi gata sobre hipotenusas.

Era enero y del otro lado del cristal caían pequeños fractales blancos en inmensa parsimonia. Pensé que de estar afuera, bajo la tenaz y lenta precipitación, nuestro vaho, el suyo y el mío, habría sido espeso.

Pitágoras, le explicaba a la gata, dice que el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de los catetos.

Hoy, mi gata, luego de una larga separación entre nosotros, se subió a mi pecho y con su ronroneo supe que necesitaba entender el teorema que habíamos dejado a la mitad en el invierno.

Yo callé.

El rugido dentro de la caja toráxica del felino resonaba en toda la habitación y particularmente en mi pecho cuya vacuedad amplificaba el estertor.

Cómo explicarle que ya no creo más en hipotenusas, ni catetos, que la suma de sus cuadrados me tiene sin cuidado y que, por mí, el mundo puede girar sin logaritmos, sin senos ni cosenos, ni tangentes, ni binomios, no importa que sean perfectos o imperfectos.

Aquel día nevado de enero, mi gata interrumpió la explicación y con los bigotes echados hacia delante, prefirió dar un par de brincos para salir del cuarto e ir a observar los peces tropicales que el ruso mantenía en cautiverio. Fui detrás de ella y vi cómo se distrajo en el camino cuando vio los copos caer tras la puerta del balcón. Estoy seguro que lo pensó: ¿estos pedacitos de nube que caen del otro lado del cristal o las gotitas de colores que nadan contenidas por el otro cristal arriba del librero?

Sin dudarlo, dio otros dos brincos para meter su nariz en la pecera. (Aunque sin hacer burbujas de amor por donde fuera.)

Con la misma incertidumbre del frágil equilibrio que mantenía la gata sobre la pecera, se confundió mi certeza respecto de las ecuaciones y durante los meses subsecuentes a ese día de enero el teorema se resquebrajó en mi cerebro junto a cualquier otro insomnio de Pitágoras.

Ahora, la gata ya no puede ir a buscar los peces del ruso, ya no tiene un balcón y mucho menos podrá encontrarse con pedacitos de nube cayendo detrás de ninguna ventana, no en verano, ni en invierno, nunca más.

Los triángulos perfectos siguen siendo triángulos, pero ahora sólo son perfectibles, los círculos en blanco que dejan las dudas en mi cerebro carecen de hipotenusas, son de diámetro indefinido y su Pi, por raro que parezca, no es constante. (Círculos tan extraños.)

Los cuadriláteros, cuadrados y rectángulos, sólo sirven para recibir sendas golpizas con guantes cargados de plomo que me desdibujan el aplomo y a los trapecios les tengo demasiado respeto como para subirme en ellos. Cuando mi gata se me acerca, buscando respuestas a sus dudas, sus pupilas parecen rombos dentro de un círculo azul.

Después de mi silencio agnóstico, tengo la esperanza que este cuadrúpedo no esté interesado en la trigonometría y que sus dudas sólo sean un ardid para acaparar mi atención y conseguir así que le pase las manos sobre el lomo, que a final de cuentas es como su propia hipotenusa metafórica.