Wednesday, January 9, 2008

F de Fémina

Después de que ella colgó el teléfono, me quedé con el auricular en la oreja y era como si su voz siguiera martillando mi martillo. Sólo me dijo una frase, siete, ocho palabras en su inglés británico. Su voz se oía triste, pero firme.

Colgué y mis ojos se perdían en las palabras de mi computadora, las rebajas contables que habían asumido las principales instituciones financieras de Wall Street en el cuarto trimestre de 2007, luego de la crisis en el mercado crediticio, mi cerebro brincaba de palabra a palabra como un mono araña en medio de la jungla, fantaseando, fallando, pero la reducción de las tasas de interés por parte de la Reserva Federal de Estados Unidos dieron un respiro a los mercados.

Le vi el fondo al café de un sorbo. Me puse mi abrigo como quien se va a su casa. Y me fui a casa.

El golpe frío del viento al salir a la calle fue seco, las mejillas se adormecían y costaba extraer el oxígeno del frío.

La noche ya se hacía a las 4:30. El solsticio me regaló la noche más larga del año en ese momento.

Caminé por la calle 30 hasta Broadway y ahí doblé a la derecha, hacia el norte. En la 32 me sumergí en el metro. El tren inundaba de ruido el anden mientras se acercaba poderoso. Tenía una F como estandarte que se agrandaba ante mis ojos mientras se acercaba.

Hay un momento en que uno puede dejar caer el cuerpo, dejarse caer, y la fuerza de la bestia metálica concluiría el trabajo. Una fractura craneal sería fulminante. Una fractura fulminante, como la F del tren que se incrustaba en mi retina, en mi cabeza. Fue sólo un pensamiento fugaz y la posibilidad de la fractura fue fallida.

34 st. Subí al vagón y me senté, sin ver nada, sin ver a nadie, tratando de domar al dolor, de acurrucarme en la esquina, de pasar desapercibido.

Cuando arrancó el tren empezó un bamboleo tranquilo de ritmo regular que inmediatamente me arrulló. Pero la llamada telefónica aún golpeaba las paredes internas de mi cráneo con la vehemencia de un animal furioso sometido dentro de la bóveda. Traté de recordar cuándo había sido la última vez que le había hecho el amor a mi mujer, mi ex mujer. Fálico, fláccido... fango.

42 st. y 47-50 st. Cuando logré normalizar el aliento levanté los ojos y mi mirada se topó con otra. Tendí un puente tenso hacia la mujer que se sentaba delante de mí, y sin parpadear nos enfrascamos en una batalla de miradas fijas.

La penetré con los ojos por sus ojos y de pronto su cara empezó a envejecer. Vi cómo la piel se le ajaba, las arrugas le pesaban, las facciones se afilaban y la vi muerta, ahí, delante mío, vi su rostro acabado por los años, amoratado por la muerte. El morbo me impidió desviar la mirada y vi su cráneo, claramente. Del miedo decidí volver como en la cuerda floja por esa línea de tiempo que nos unía y regresé al momento de verle el rostro por primera vez; reculé, la vi con quince años menos, la vi cuando era niña y pensaba en saltar la cuerda, cuando su piel era tersa.

Luego de un par de estaciones la mujer, la niña, la anciana y la muerta con todo y esqueleto se fueron asustadas, como si hubieran visto a un loco delante suyo. Funámbulo, fiambre.

57 st. El dolor volvió de pronto y me escondí de nuevo entre las sombras del vagón. Buscando la forma de contener mis ojos los fijé en la cuadrícula que tenía en la mano el hombre al lado mío.

Parecía que del sudoku pendiera su vida, y ahora mi cordura, mi llanto. Empecé a resolver el acertijo yo también. Tres, siete, seis, en blanco, en blanco, en blanco, uno, en blanco, en blanco. Tres, uno, en blanco, en blanco, cinco, siete, en blanco, seis, nueve. Entre los números y la cuadrícula no entraban las efes en el juego. Nada de fracaso. Un universo cerrado, sin fisuras ni fisiones. Sin ficciones ni franqueza. Sólo números. El lenguaje numérico no se mezcla con las efes, nueve, tres, uno, fuck, fuck, fuck. Four and five. Didn’t see that coming. And suddenly, as fungus would do, the fours and fives spread all over the place. Fractal.

Sick of them, I decided to kill all those filthy numbers using every single zero in my head. Five times zero, zero. Four times zero, zero. I also tried to reform them, you’re not a five, sino un cinco, y tú un cuatro. Tú eres un cuatro y además te multiplico por cero. Desaparece.

Después de la feroz matanza empecé to forget all my english. Erradiqué el idioma forever de mi cabeza que ahora explotaba con una jaqueca febril, feroz.

Lexington Av./63 st. Descendía al infierno. El fuego me quemaba y no podía dejar de pensar en ella. Mi mujer en falda, mi mujer en forma. Mi mujer fatal, mi mujer fútil. Mi mujer furtiva, fogosa y frívola. Pensé, me enfoqué en la fricción de nuestro físico, el fuelle flamígero de nuestro aliento, en la fruición absoluta de una felación y su fragancia fundida en mis entrañas. Recordé todas las veces que follamos. Todas menos la última.

Orgasmos fastuosos, falaces. Mi mujer falsa, mi mujer fingía.

Roosevelt Island. Queensboro Bridge. Jackson Avenue. El vagón quedó casi vacío y yo hundí mi cabeza entre las piernas para evitar el vómito. Cerré los ojos y quise pensar que seguía en el útero, que el frío no existía, que no se había ido, que todo era una pesadilla que acabaría, finita.

Y ahí acabó mi relación.

Cuando el tren F se adentraba en Queens y mi cabeza estaba entre mis piernas y liberé todas las frases, las palabras, los fonemas. Se fueron todos y me quedé en silencio, un silencio implosivo, total, fatuo, fecundo.

Cerré los ojos y fue como debe ser morir. Sin ruido, sin luz y esa tranquilidad cayó desde mis hombros hasta los tobillos, fumigándome.

Me deshice del flagelo.

Pasaron 10 minutos e iba creciendo dentro, forjándome. Llegué a Forest Hills y dejé atrás al tren F. Caminé por el andén y por un momento sentí cómo nacía la fuerza.

Mi mujer se fue. Fue. Me pregunté cómo sería mi futuro y me respondí fluido, fiable, fértil, frágil, feliz, frígido, famélico, fruncido, funesto, fausto, frugal, fantástico, fantasmal, fallido, frustrante, fulgente, flagrante.