Wednesday, August 19, 2009

Círculo

“Ahora entiendo por qué no nos hemos enamorado tú y yo: no soy tu monstruo azul”

J.J. Millás en No mires debajo de la cama

“Duérmete en el suelo, sueña conmigo”, me dijo en voz muy baja y medio segundo después me sentí cayendo en un vacío interminable desde el borde de la cama hasta el suelo.

Es como si todas las entrañas amagaran con tomar el control, como si subieran súbitamente al pecho y regresaran. Mis ojos no se abrieron. Mi brazo estaba dormido y sabía, sabía que mi saliva se derramaba hasta el suelo. Duérmete en el suelo, pensé.

Angélica y yo dormíamos juntos cuando niños. Su espalda y mi espalda empalmaban. Tan cálido sentirla, sin ninguna pretensión. Inocentemente, juntos, como cuando sabes que vas a querer a alguien para siempre y que serás correspondido, siempre.

Yo le prometí a Angélica que sería su monstruo de la guarda. “Tú no eres un mounstro, eres un niño. Y yo no quiero un mounstro de la guarda, quiero un ángel, como yo, Angélica”. “No es mounstro, es monstruo”. “Pues yo quiero un ángel. Duérmete en el suelo, sueña conmigo”.

Nunca creí capaz a un ángel de cuidar a nadie.

Angélica y yo, un día, olvidamos cogernos de las manos, sonreírnos, evitamos vernos a los ojos, dejamos de besarnos, preferimos empalmar nuestras espaldas con otras espaldas, y las niñerías de los monstruos y los ángeles se diluyeron en un sabor amargo que al final también se diluyó quién sabe dónde.

A veces todavía abrazo la almohada pensándola, y siento que pongo mi mano donde su cintura aún era cintura y su cadera ya era su cadera, y mi nariz se hundía en la melena cazando el humor de su cuello escondido. Esas noches cierro los ojos y cuando estoy a punto de dormirme, oigo una voz muy baja que dice “Duérmete en el suelo, sueña conmigo” y caigo en un vacío interminable desde el borde de la cama.